Mi hijo abusa del teléfono móvil, ¿qué hago? . El Correo

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Mi hijo abusa del teléfono móvil, ¿qué hago? . El Correo.

Los adolescentes han crecido con las tecnologías; son parte de su identidad.

Este mes de enero, Whatsapp ha cumplido la tierna edad de seis años. En abril de 2014 ya eran más de 600 millones de usuarios los que se servían a diario de la aplicación de mensajería instantánea. Algunos, a cada minuto. “Es muy común entrar a un restaurante y encontrarte a un montón de adultos atentos al móvil antes que a sus compañeros. ¿Cómo queremos que los adolescentes no hagan lo mismo?”, se pregunta Begoña Ereño, psiquiatra responsable del Área Infanto-Juvenil en el Instituto Burmuin.

A pesar de que aún no ha recibido ningún caso de adicción a la tecnología, la especialista sí cuenta en numerosas las ocasiones en los que el abuso del móvil ha sido un importante factor dentro de una problema más grande: “Nos llegan adolescentes con mala conducta o que de repente están suspendiendo y muchas veces son los padres los que comentan que su hijo se pasa todo el día con el móvil”.

Hace solo unos días, la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF) advertía de que el uso del móvil y de las redes sociales es la principal fuente de conflicto familiar. Que los chavales vivan más atentos a la vida 2.0 que a la de carne y hueso puede derivar en problemas que afecten negativamente a los estudios o a las relaciones con parientes y amigos. Lo mismo opina Ereño, quien al mismo tiempo recomienda no caer en una actitud ‘antitecnológica’: el problema no es el qué, sino el cómo.

Con el móvil en la cama

La solución pasa por establecer ciertos límites. Una línea divisoria que, por lo repentino, muchos no han tenido muy claro dónde ubicarla. “Es una tecnología que ha llegado tan rápido que los padres no han sido capaces de adaptarse a ella. Antes, prohibían que los hijos tuvieran una televisión en su cuarto, pero no han hecho lo mismo con el móvil. Cuando se lo trato de explicar en la consulta, se sorprenden de lo importante que es, no son conscientes”, explica la psiquiatra.

Esta falta de imposiciones, de aleccionar sobre cuándo sí o cuándo no, da vía libre a los más jóvenes para saltarse los buenos hábitos, como el desayuno o la hora de acostarse. “Se quedan hasta muy tarde usando el teléfono y si les llega un mensaje cuando están dormidos se levantan a mirarlo”, comenta la experta del Instituto Burmuin. Estos despertares impiden el correcto descanso, lo que hace que se levanten fatigados. “Luego apuran hasta el último minuto para dormir, se levantan con mucha premura y se van sin comer”. Al sueño, que les dificulta atender en clase -donde también suelen tener el móvil-, se le une el ayuno, lo que deriva en irritabilidad y apatía que más tarde descargan en casa. Recordaba el experto en mediación y orientación familiar de la UNAF, Gregorio Gullón, que son los familiares los que salen peor parados en estos desencuentros, por el hecho de convivir bajo el mismo techo.

La productividad de los chavales también se ve deteriorada, ya que en las horas de estudio se mantienen conectados. “Están continuamente atentos a los mensajes que reciben, lo que les impide la atención plena. La mayoría de las quejas de los padres vienen porque pierden mucho tiempo”.

Prohibir no, educar sí

Privarles de toda tecnología no es el mejor remedio. En una etapa en la que la integración entre iguales se torna esencial, las redes sociales se han convertido en la principal vía de los adolescentes para conseguirlo, puesto que han crecido pegados a ella; forma parte de su identidad. Aislarles de todo ello no puede provocar más que un ‘efecto rebote’: “Cuando recuperen el móvil, lo usarán a lo loco”, avisa Ereño.

El quid de la cuestión, dice Ereño, no está en prohibirlo, sino “en enseñar a usarlo”, pero “la educación requiere tiempo”. Según informó la UNAF, solo un 1% de los conflictos acaban en un proceso de mediación. Es aquí donde se trabaja para que padres e hijos alcancen un entendimiento una vez enraizado el conflicto. Es conveniente, sin embargo, establecer ciertas pautas desde un principio. Para ello, la responsable del Área Infanto-Juvenil del Instituto Burmuin arroja una serie de consejos:

- A la hora del estudio no deben tener el móvil al lado. Es recomendable establecer ciertos tiempos, “como se hacía con la televisión”. “Pueden consultarlo cuando vayan a hacer un descanso”, aconseja la psiquiatra.

- Cuando se vayan a dormir lo idóneo es que no se lleven el teléfono al cuarto. “Dormirán mejor cuando no haya estímulos visuales ni auditivos en el dormitorio”. Si lo usan como despertador, pueden sustituirlo por uno de verdad.

- En clase. Deben aprender que no se permiten teléfonos móviles en el aula. Para ello, es esencial adoctrinar en el respeto a la figura del profesor.

- En casa. Hay que evitar que el hogar se transforme en una “pensión compartida”. Durante las cenas se debe prescindir de la televisión y de otros dispositivos. “La familia debe hablar, comentar qué tal les ha ido el día. Estos aparatos actúan como intrusos que interfieren en las conversaciones”.

- Predicar con el ejemplo. “Para que un hijo no tenga el móvil en la mesa, lo primero es que no vea que el padre lo tiene”.

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